jueves, 1 de mayo de 2008

ALMA.

Preparamos el mate y nos sentarnos en el patio de casa

cuando comenzaste a contarme aquella historia...


Mi niñez culmino con esa separación tan amarga

de mi amigo fiel, ese caballo al que tanto mi hermana

como yo, le llamábamos Chungo; Era de esos caballos

mañeros a los que había que entender, pero que

por alguna razón se fue mezclando en nuestras vidas

de la infancia…

Cuantos días supieron pasar de inmensa felicidad,

donde a veces con mi madre y mi hermana,

apenas un año mayor que yo, salíamos por el medio

del campo para arar la tierra, o buscar leña para el fuego

del horno de barro donde mi madre solía cocinar

Aunque la verdad lo que mas nos gustaba

era cuando íbamos al arroyo a pescar;

Que tardes inolvidables fueron aquellas, si nos habremos

reído cuando mi hermana no lo podía montar,

nos complementábamos tanto, ella siempre muy soñadora

y estudiosa (era la abanderada de la escuela) y yo

siempre la encargada de trepar los árboles, saltar los

alambrados, y con nuestro amigo el Chungo nos sabíamos

hacer los festines con tanta libertad…

Era un zaino de un hermoso pelaje marrón,

el que en realidad pertenecía a mi abuelo paterno

y que cuando el desaparece, a mi edad de seis años,

se transforma en todo un símbolo de mi niñez…

Recuerdo el día que se lo llevaron; Lo vi partir cabeza gacha

y un andar cansado…

Escuche por ahí que lo habían llevado los del frigorífico…

Aquellos días supimos ser tan felices los tres:

mi hermana, nuestro caballo Chungo, y yo…


Se te iluminaron los ojos mientras terminabas de contarme

aquella historia tan bella como tu ALMA.

5 comentarios:

Cecy dijo...

hermoso !!!

Alicia Abatilli dijo...

Desatas nostalgias, Martín.
Un abrazo querido amigo.
Alicia

¿Escritora o escribidora? dijo...

Resulta encantador... leer sobre Chungo... muy tierno...

Anónimo dijo...

Es increible como tenés la capacidad de reflejar tan claramente y a la vez llena de sentimientos pedazos de nuestra vida.
Ojo, el Chungo no tenia la cara blanca.
Gracias

ROBERTO CERVANTES P. dijo...

que dulce y triste historia. Son vivencias que ahora los niños, con tanta tecnología al alcance, han dejado de lado, pero al imaginar ese trío caminando por el campo, no hago si no recordar mi propia infancia en el rancho entre las vacas y los borregos, trepado en las bardas anchas de adobe, sintiéndome el dueño del mundo, aunque a veces no tenpiamos ni zapatos decentes.
Es muy interesante este blog, lleno de recuerdos.
Saludos desde México