Sus ochenta y cuatro años estaban abarrotados de experiencia,
teñidos de dolor y alegrías…
La placa radiográfica mostraba un corazón agrandado con
imperfecciones en su contorno, quizás estaba tan enorme
como el puñado de experiencia que juntaba entre sus manos…
Aquella tarde de verano, cruje ante de humedad, comenzó
a sentirse agitada y con mucha dificultad para respirar; Y en
un abrir y cerrar de ojos se escucho por palabras del medico:
¡ Hay que internar !
Ponerse en la piel de una mujer de esa edad es difícil de imaginar;
Nervios, desolación, miedos, esperanza, y seguramente mucha
entrega a las manos de Dios…
En un servicio como lo es el de cardiología, los hospitales trabajan
constantemente a cama caliente; Y allí en una de ellas estaba
acurrucada con su mirada aun firme. Monitorizada, con vía
periférica, de donde colgaban sueros con medicación especial,
oxigeno por bigotera, y sonda vesical, ya se la notaba respirar
mejor; Pero sus emociones aun estaban a flor de piel…
Nunca se sabe en que instante la vida comienza o se termina,
quizás sea solo eso, renacer con cada ocaso…